jueves, 26 de mayo de 2011

El ritual de la vida


“Mi arte se basa en la creencia de una energía universal que corre a través de todas las cosas. Mis obras son las venas de la irrigación de ese fluido universal. A través de ellas asciende la savia ancestral, las creencias originales, la acumulación primordial, los pensamientos inconscientes que animan el mundo."

Ana Mendieta (La Havana, 1948) fue enviada  por sus padres junto a su hermana a Estados Unidos cuando solo tenía 14 años en la llamada operación Peter Pan. En Iowa vivió desde entonces en centros de acogida. Las hermanas padecieron incomodas situaciones xenófobas. El desarraigo, la sensación de perdida y la obligación de adaptarse a la nueva cultura la traumaron para siempre. En este contexto afirma que solo le quedaron dos opciones: "ser criminal o artista".

Profundamente autobiográficos, en sus trabajos se abordan temas como el feminismo, la violencia, la marginalidad, el lugar de pertenencia, la vida y la muerte. Como exiliada desarrolló una identidad fragmentada y fronteriza. Fue en México que encontró un lugar de sosiego donde realizar su obra y calmar la imposibilidad de volver a su patria. 

En la serie Siluetas (1973-1980) crea contornos femeninos en lugares naturales. El barro, la arena o el pasto se convierten en lienzos donde dejar impreso su cuerpo junto a restos de ramas, hojas, sangre o fuego. A medio camino entre el land art y la performance, en estos poéticos trabajos relacionados con rituales y religiones primitivas subyace un profundo deseo de regreso al seno materno, de incorporarse espiritual y físicamente a la naturaleza y fundirse en ella en un acto místico. Una simbiosis entre mujer y paisaje, una metáfora del retorno al origen.

Ana Mendieta murió trágicamente a los 36 años cuando cayó al vacío desde el trigésimo cuarto piso de su apartamento en el Soho de Nueva York tras una violenta discusión con su marido el escultor Carl André. Las circunstancias que rodearon su muerte nunca fueron esclarecidas.
  

viernes, 20 de mayo de 2011

Mis manos son mi corazón


"My hands are my heart  no es algo tan artesanal o tan primitivo. Es mucho más que un simple gesto. La inteligencia en un gesto simple que lo hace funcionar como algo más sofisticado".

El artista mexicano Gabriel Orozco (Jalapa, 1962) vive a caballo entre Nueva York y París. No tiene estudio porque no le interesa trabajar en un ambiente totalmente preestablecido. Siempre creativo, lúdico e innovador, a través de su obra investiga nuevas formas de mostrar lo cotidiano, la belleza de lo fugaz y las posibilidades de la materia. Entre sus creaciones se encuentran innumerables objetos encontrados y modificados, residuos urbanos, materiales efímeros y otros testimonios de la industria y el consumo. Una combinación original de lógica conceptual y práctica política.

En el autorretato My hands are my heart (1991) aparece con el torso desnudo, las manos al pecho cerradas y luego abiertas en torno a un corazón de arcilla, con sus dedos impresos sobre el tierno material rojizo. La huella bien visible conserva el momento de la creación improvisada, lo que él ha descrito como "un gesto de espontaneidad". El uso de barro ordinario de una fábrica de ladrillos avala su predilección por los materiales humildes y cotidianos. En esta acción tan íntima como poética, está visible la influencia de su maestro el artista inglés Anthony Gormley con el que años atrás coció multitud de piezas en los hornos artesanales de Choula.
    

domingo, 15 de mayo de 2011

Comisario de profesión

Natural State, Zero1, Olot (2005) Comisario: Martí Manen

"Existe una nueva generación de comisarios de exposiciones que trata de activar el escenario, un tanto plomizo, del arte contemporáneo.” Martí Manen

Si en los años 80 el protagonista del panorama artístico fue el artista y en los 90 los museos y centros de arte, en este momento vivimos la era de las exposiciones.  La exposición actualmente ya no se plantea en términos de formas sino de formatos de representación. Concebida como laboratorio de ideas y lugar de co-producción, es sin duda una forma vivaz de expresión cultural e intelectual. En este escenario, se impone la figura del comisario.

Un comisario (o curator) es, como el artista, productor y difusor de información. La relación entre comisario y artista ha cambiado la manera de concebir actualmente una exposición, nos ha llevado a replantear el concepto de autoría y a considerar la creación como una acción colectiva.

El incremento de estudiantes de comisariado de arte y el acceso de estos a una información global gracias a las nuevas tecnologías han dado lugar a una joven generación de profesionales sin complejos a la hora de crear nuevos conceptos expositivos, que asume con naturalidad  la crítica del arte, experimenta con los espacios y propone otros modos de observar las obras. El papel de las redes sociales virtuales ha sido clave en esta transformación; favoreciendo la circulación de ideas, han generado una capacidad de respuesta a los cambios sociales actuales pero también son responsables de una mayor uniformidad y falta de autenticidad.

El comisario de exposiciones mayoritariamente freelance trabaja contratado por el museo o en proyectos externos. De este modo suman esfuerzos con las instituciones artísticas si bien manteniendo una cierta independencia, lo que les da libertad en la elección de sus discursos, además de una visión crítica e independiente. Sería un error que los comisarios acaben convertidos en simples gestores. Su función y supervivencia pasan por explorar nuevas vías de trabajo que incrementen el dialogo con el público y generen en él un constante debate social.
  

sábado, 7 de mayo de 2011

¡Sal de mi cuarto!


"Hay recuerdos que permanecen vivos, a pesar de que la experiencia misma hace tiempo que pasó. Siempre existe la posibilidad de haberlos inventado  uno mismo, y nunca estaremos seguros ya que no se pueden verificar."

El artista georgiano Andro Wekua (Sochumi, 1977) abandonó su país a los 15 años a causa de la guerra civil. Actualmente reside en Zurich. Sus instalaciones, collages y películas se encuentran a medio camino entre el Este y el Oeste. Profundamente narrativas, sus composiciones son una combinación inquietante de pasado y ficción. En ellas se abordan cuestiones relacionadas con el modo en que llenamos los vacíos de nuestra memoria, la mezcla de recuerdos subjetivos y documentos históricos o el papel de la fantasía en estos procesos.

En la instalación Get Out of my Room (2006) vemos la figura de un jóven en una habitación cerrada sentado con los pies sobre una gran mesa en la que hay un mapa imaginario. Sobre las paredes como si de una celda se tratase cuelgan sus propios cuadros. El ambiente es sombrío y misterioso, cercano al cine de terror. Aunque destinado a ser expuesto y mirado por el público la figura al no tener ojos se resiste a ello. Este trabajo aborda dos contrarios: lo mítico y la reclusión claustrofóbica.

Aislamiento e introspección nos producen la ilusión de protegernos del mundo. La riqueza de los pensamientos íntimos nos hace autosuficientes, sin embargo nos genera cierta inquietud el hecho de que la armonía con uno mismo nos condene a la soledad. Pero la introspección es algo más que amor propio, es también la evocación de la memoria que puede a veces sanar o bien convertirse en obsesión y melancolía.